Su turno de guardia estaba a punto de acabar. Estaba
realmente cansado de la última jornada de camino. Atravesar terreno boscoso
siempre era una tarea que requería de tiempo y una buena resistencia física.
Por suerte quedaban solo unos instantes para poder cambiar su guardia por uno
de sus compañeros. La posición de luna se lo indicaba.
Llegado el momento se levantó y tras echar un último vistazo
a los alrededores se dirigió al campamento base, que brillaba por la energética
hoguera que se había dedicado a alimentar durante todo su turno.
Se sobresaltó cuando notó una presencia tras él, se dio la
vuelta con la mano en el mango de su mandoble, dispuesto a desenvainar a la
mínima señal de peligro. Por suerte era Ángela. La coneja parecía cansada y en
cierta medida angustiada.
- ¡Ángela! Me habías asustado. -el oso dejo caer la mano del
mango de su arma. - ¿Qué haces despierta a estas horas? Mañana tenemos un duro
día. Iba a avisar a Serron para el cambio de guardia, ven conmigo.
Ángela negó con la cabeza.
-No podía dormir porque necesitaba hablar algo contigo.
-contestó finalmente.
- ¿Sobre eso…? - preguntó Hugues con tono temeroso.
-No podemos seguir ignorando lo que está sucediendo entre
nosotros. -respondió Ángela enérgicamente.
Hugues levantó la mirada y la fijó en una hoja que se
aferraba a su rama con sus últimas fuerzas. Hasta que se desprendió, siguiendo
el camino de sus hermanas. Volvió a mirarla, se acercó y le dio un largo
abrazo. Cuando se separó volvió a encaminar el camino al campamento.
-Hughes, ¿acaso no te importa? ¿De qué tienes miedo? –
Inquirió la clériga. El oso se detuvo en seco.
-Todos aquellos que he querido han muerto por mi culpa. Ya
lo hemos hablado. -respondió burdamente. - Mi existencia es nociva para la
gente que quiero. Te invité a que te marcharas del gremio.
Ángela se acercó con decisión y le propinó una sonora
bofetada. Hugues se tocó la cara tras el golpe, más sorprendido que dolorido. El
oso creyó percibir un leve movimiento cerca de ellos, pero prefirió ignorarlo
antes que a Ángela.
-Deja de vivir del pasado, o jamás podrás ver lo que tienes
en el presente. - le rebatió la coneja muy molesta.
Hugues comenzó a gimotear levemente. Ángela lo abrazó con
fuerza. El oso no pudo evitar romper a llorar. Los árboles se mecían levemente
como los testigos silenciosos del claro.
-Me siento tan culpable por lo que pasó. Aún recuerdo toda
esa gente agonizando, por mi error. No quiero que pagues por mis errores,
quiero que estés a salvo. -Hugues tomó aire- ¡Quiero protegerte!
La intensidad del llanto del grandullón iba en aumento.
Ángela se mantuvo en silencio mientras le acariciaba la cabeza repetidas veces,
intentando tranquilizarlo.
-Si luego la mayoría de las veces soy yo quien tiene que
estar pendiente de ti- bromeó la muchacha. - ¿Recuerdas la vez que te pegaste
con esos tres chuchos con ganas de bronca?
-Te… faltaron…al respeto…-dijo Hugues entre sollozos.
-Luego tuve que estar varias horas curándote las señales que
te dejaron sus golpes. - le recordó Ángela. – O la vez que te encontraste con
aquella lluvia de flechas, menos mal que había conjurado una barrera instantes antes.
Hugues por fin pudo recomponerse y cesar el llanto. La noche
estaba fresca, la brisa se deslizaba con gracia entre los árboles y las
estrellas se dejaron ver en aquel claro. Por suerte estaban muy cerca el uno
del otro, lo que hacía que la escena fuera realmente cálida y placentera.
-Gracias por todo lo que has hecho por mí, ya había decidido
marcharme de Anthor…Si no hubieses estado hubiera huido y todo sería muy
distinto. -Hughes suspiró. – Me diste fuerzas para seguir, para no rendirme.
- ¿Qué es lo que más deseas ahora mismo? - rompió el
silencio Ángela.
Hubo una pausa algo incómoda.
-Que no me dejes nunca solo -dijo finalmente con un tono muy
emotivo. - Quiero tenerte cerca de mí.
Ángela sonrió, pero Hugues no pudo dar cuenta pues tenía la
cabeza apoyada en el hombro de la clériga.
-No voy a irme del gremio, no voy a irme de tu lado, no le
temo al futuro. Nos enfrentaremos a todos los desafíos juntos. - Hughes separó
la cabeza del hombro para poder mirarla. Ángela le secó las lágrimas con la
manga zurda de la túnica-Y los superaremos todos.
Volvieron a abrazarse, pero esta vez no había nada que decir.
El contacto, cálido y firme era suficiente para entenderse. Habían creado una realidad
donde el tiempo había dejado de tener sentido. Donde el pasado parecía un mal
sueño, del que acababan de despertar. Donde todo lo vivido era la mera excusa
para justificar ese instante.